Por segundo año consecutivo decidimos hacer “El Bailongo” en las vacaciones de invierno,
suponemos que sin querer queriendo para contrarrestar el frío y la soledad del hospital en
esos días. Esta vez con un Aula Magna más colorida, llena de guirnaldas y luces de colores. Un verdadero baile, de los de antes.
El salón en el que generalmente se congregan algunxs de los trabajadores se había convertido
en un club de barrio, dividido en dos grandes escenas: la zona del bar y la pista de baile. En la
primera resaltaban manteles anaranjados y verdes. Pasearon por las mesas, primero, una
tanda de snack salados, luego empanadas, pizzetas, sandwichitos y para finalizar algunas
delicatesen dulces. Y obvio, la infaltable Coca Cola.
La pista, delimitada por las luces de boliche, la pantalla grande (que como siempre fue la
protagonista) y las DJ en una esquina, que se encargaron de que sonara música toda la tarde,
fue invadida por cuerpos al ritmo de una playlist que armamos entre todxs en la asamblea
previa a nuestro encuentro bailantero: desde las cumbias más clásicas de Los Palmeras,
Ráfaga, Antonio Ríos y Gilda, hasta las de Karina y otros intérpretes: Alcides, Commanche, La
Bomba Tucumana, El Puma Rodríguez, Sandro. Tampoco podían faltar Miss Bolivia, Enrique
Iglesias y Ricky Martin.
En esa oportunidad llegaron al grupo de salidores y paseadores dos nuevas integrantes del
equipo coordinador. Fueron recibidas en el fulgor que amerita un acontecimiento de este tipo.
El baile arrancó a las 17, pero a las 16.30 lxs invitadxs ya estaban en la puerta bien firmes…
algunos de ellos con peinados al costado y luciendo una traza sin igual, algunas de ellas con
bolsos y chalinas a la altura de la circunstancia.
Romper el hielo en la pista de baile no fue fácil, esta vez todxs estábamos más tímidxs. Sin
embargo, las sillas del bar se transformaron en las butacas perfectas para vislumbrar
plácidamente los cuerpos que sí se animaban a contonearse. ¡Andá a saber qué cantidad de
cosas hemos recordado con todos esos temas musicales! Algunas miradas se perdían en una
sonrisa pícara, que volvían en sí con un gesto de brindis y exclamación de alegría.
Tampoco estuvieron ausentes lxs que posaron para las fotos y lxs que se animaron a mostrar
sus más atrevidos pacitos y escrituras corporales de la danza para una cámara que los filmó.
Alguien, desde la oscuridad, observaba al resto divertirse mientras fumaba en cámara lenta.
Después no dejó pasar la oportunidad para sentenciar, con un comentario, que el baile estaba
muy divertido. Hacia el final se despidió con besos pegajosos, compensando su poca
participación.
Como en todo baile, no podía faltar “el colado”. Gracias a un acuerdo entre lxs asistentes y de
una dama generosa que primero acusó pero que luego intervino a favor del susodicho, la
situación no pasó a mayores y todxs disfrutamos. El colado, se fue un ratito antes,
agradeciendo con pucho en mano y capucha, para que la garúa no duela tanto.
Entrada la noche, alguien dijo: “Yo me quiero ir al hospital”. Así fue que la música fue bajando
lentamente y para el final del Bailongo, idea de dos de las invitadas que no pudieron asistir por
imprevistos de último momento, había preparadas sorpresitas con golosinas a modo de
recordatorio del grato momento. La verdadera sorpresa fue que la noche nos agarró…sí, en el
hospital, pero esta vez, entre risotadas, pedazos de tortas y unas Azúcar Moreno clamando,
cada vez más bajito “Devórame otra vez”.