Esta vez fue diferente. La propuesta de Paseos y Salidas tuvo otra connotación pues dos compañeras coordinadoras terminaban su rotación por el espacio. Y esta ausencia seguramente generaría efectos.
Eran momentos de despedida. Y como no quisimos ser cómplices de lo efímero de los instantes, pensamos hacer algo con ello, ficcionar una escena, de la mano de un pequeño ritual que se ligara a lo que culturalmente se suele hacer cuando alguien se va, y así este acto pudiera acontecer.
Era vital reunirse para no dejarlo pasar, para que eso entrara al grupo (donde tan complicados aparecen muchas veces los contratos con el tiempo), intervenir para recuperar experiencia, marcar un tiempo y espacio, un recorrido donde ellas habían estado, porque fue con estas presencias -y no sin ellas- que se gestaron y se hicieron cosas.
En Asamblea trabajamos con los usuarios la idea de hacer una reunión para agasajar a las chicas. “Hacerles una despedida”, dijo alguien, y todos estuvimos de acuerdo.
Celebrar, agradecer y también darnos permiso para entristecernos un poco.
Como el tiempo de otoño estaba fresco y queríamos cocinar los alimentos que compartiríamos, elegimos la cocina del Daps (Dispositivo de Atención Psicosocial) del Hospital. Pensamos el menú, sacamos cuentas de cuánto gastaríamos y acordamos horarios. La cita estaba hecha: viernes a la tardecita ¡para festejar!
Tal vez la elección del lugar no fue fortuita, pues muchas veces la cocina aparece como lugar privilegiado para contar historias, vivenciar experiencias, evocar seres queridos, recibir gente, despedirla, transformar alimentos a través del fuego como un alquimista haciendo uso de la magia.
Las coordinadoras decidimos preparar el espacio, adornarlo, producir una suerte de escenografía para habitarlo distinto, y que se constituyera como un “entre” el adentro y el afuera… El adentro pensado como “hospital” y el afuera como “lugares de la comunidad” por donde, en general, paseamos.
Facilitamos algunos objetos a modo de emblemas para que pudiese fluir una trama grupal con sus singularidades, donde cada uno pudiera decir, a su manera, algo de lo propio.
A las 18 hs. los usuarios comenzaron a llegar, aunque algunos un poco ansiosos, andaban desde antes asomándose por la ventana. Todos listos, arreglados primorosamente para participar de la reunión.
Entramos a la cocina, dispusimos en la mesa los alimentos que cocinaríamos. Algunos tomaron asiento alrededor y se entregaron al placer de comer unos humildes tentempiés y tomar bebidas frescas. Otros pocos se organizaron para cocinar: prender el horno, acomodar las fuentes, cortar el pan. Mientras alguien se ocupaba de la tarea de sintonizar la radio con algún tema aceptado por la mayoría, cuestión para nada sencilla.
Ahora había que esperar el tiempo de la cocina, controlar los apetitos. Para ese “mientras” las coordinadoras propusimos otros momentos: organizarnos para que la comida no se quemara o quedara cruda, disfrutar del olorcito a la carne asada, contar alguna anécdota. El clima se iba poniendo festivo.
También para este tiempo de espera hicimos la invitación de mirar fotos, imágenes donde se registraban paseos compartidos con las compañeras que se iban. Recurso que pensamos como óptimo para recuperar historias y favorecer alguna inscripción de recorridos en un tiempo y espacio. Estas fotos se visualizaban en una pantalla de computadora dispuesta en otro espacio al que había que trasladarse para que, mirar y mirarse, fuera una acción producto de un deseo en movimiento, y no una presencia obligada, invasiva o persecutoria.
En la pared habíamos colocado una cartulina para que cada uno pudiera tener a mano un “lugar” para poner palabras, marcas o símbolos (dibujos) a esta despedida.
La mesa estaba puesta, los comensales volvieron de mirar las fotos, tomaron asiento y se dispusieron a compartir la cena que ya estaba lista.
Y en ese micro universo de tenedores, ollas y platos, ella -la que muchas veces anda con su cuerpo doblado por el peso de su historia- eligió un delantal con su gorro respectivo y se vistió de blanco para oficiar de moza mientras se iba irguiendo y estrenando su mejor sonrisa. Tomó una bandeja, acomodó la comida, y haciendo uso de la función atendió a sus compañeros. ¡Qué maravilla la de vestir otros ropajes cada tanto!
La sinfonía de risas y voces –esta vez encadenadas - resonaban en el pasillo, mientras de fondo seguíamos escuchando música de la radio no tan sintonizada.
Comenzamos a sucumbir al placer de la comida casera, con el gustito de “hecho por nosotros”; eso no tiene precio. Alguien comía tranquilo, un poco ensimismado. Él muchas veces tiene presente su pasado y se le pasa su presente, sin embargo le gustaba estar en el grupo.
Otros conversaban de las comidas que les gustaban, servían gaseosa. Y llegó el consabido brindis.
Cerca de las 20 hs. decidimos levantar la tertulia. Salimos rumbo a las salas, sólo se escuchaba silencio. Y en la penumbra de la luna creciente se distinguían los focos que alumbraban el patio trasero y la puerta de entrada, para tener esta vez -como otras- un acceso distinto.