El desafío y la apuesta de habitar la casa. Ir, venir y quedarse…
“No habitada por la palabra, por la ilusión de ser, por la ficción de identidad: la vida, ¿qué vida?” Marcelo Percia
El Proyecto de Casa de Medio Camino para usuarios de Salud Mental, es una apuesta que viene gestándose, planificándose y deseándose desde hace más de 20 años. Se trata de un dispositivo habitacional donde se prevé que convivan usuarios de Salud Mental que están en condiciones de alta, pero que por diferentes motivos no han podido salir del Hospital; debiendo permanecer en internaciones prolongadas, extendiéndose por un tiempo de entre uno y treinta años. Las internaciones prolongadas en Hospitales Monovalentes repercuten directamente en la vida cotidiana de los usuarios, alejándolos de la comunidad, con la consecutiva pérdida de vínculos con referentes socio afectivos; y obligándolos a realizar todas las actividades al interior de la institución. El objetivo de los dispositivos de medio camino, se vincula con poder acompañar los procesos de externación donde los usuarios “salen” de la institución total para construir afuera un proyecto de vida con otros, en comunidad, de una manera saludable y con autonomía. La autonomía como el trabajo de un sujeto de ampliar el horizonte de un proyecto personal, y a la intervención del equipo, en el diagrama y acompañamiento de la concreción y construcción de recursos materiales y simbólicos necesarios para sostenerse en la cotidianeidad. Las diferentes actividades de acompañamiento y apoyo a los usuarios se vinculan con trabajar la convivencia y la autonomía en lo cotidiano, borrar marcas de la institucionalización, aquellas que resolvían horarios, comidas diarias, higiene, limpieza y orden de los espacios. Sostenemos una clínica grupal a través de la construcción de ficciones como planos de consistencia que hacen de soporte al proceso de “deconstrucción simbólica” de la institucionalización. Recreamos escenas de la vida cotidiana donde la experiencia del hacer, y del hacer con otros, reimprima, en el mejor de los casos, las marcas de la institucionalización y el borramiento subjetivo. Partimos de pensar “lo común”, lo comunitario, como lazo, como “lugar”, que adviene como una tela de araña. Se va entramando desde un punto a otro y así, hasta que sostiene atrapando. Y como una tela de araña también, se deshace pasándole la mano o un plumero. Creemos que esta tela de araña, esta red “social” está formada por la invención de lugares que hacen posible el intercambio y que la exclusión radica en el empobrecimiento de la red producto de la enfermedad, de la institucionalización y de la pobreza. Decimos “el desafío de habitar la casa”, porque sostenemos que des-internar no consiste en accionar para que alguien salga de un hospital, sino en intervenir para que alguien salga de una posición. En este sentido, intervenimos para “deshabitar” la institución(alización) y para “habitar” un/otro lugar. Habitar la casa, el barrio, tejer relaciones, planificar un día a día, supone un trabajo, un trabajo que es con otros, acompañados y apoyados por un equipo. Supone conocer rituales propios de la cultura, “festejar un cumpleaños”, compartir unos mates en una ronda, sentirse acompañados, también, por otros usuarios que realizan este movimiento en grupo. Habitar implica un proceso continuo de apropiación y un “poder contractual” que permita la participación activa en la organización material y simbólica del lugar donde se vive, así como la relación afectiva con otros. Intervenir en el armado y entramado de este proceso supone dar espacio y tiempo. El tiempo subjetivo necesita, además de tiempo, espacio para detenerse, ficciones que construyan lazos y equipos que sepan alojar un final posible para lo inesperado. Y decimos, además y sobre todo, la apuesta de habitar la casa por el gran esfuerzo subjetivo, el enorme cambio y movimiento que supone para cada uno de los sujetos comenzar a tomar decisiones cotidianas, narrar en primera persona su historia personal, apostar a vivir con otros, con un compañero, con un grupo. Poder pensar en un espacio propio, donde se sientan alojados; donde haya lugar para las decisiones, los gustos, los deseos, que algo de lo subjetivo emerja –esa singularidad totalmente arrasada por la institución-. Decimos que habitar la casa supone un movimiento enorme, inconmensurable. Supone después de 60 años de vida tener por primera vez una llave, tener la libertad de decidir cuándo, cómo, con quiénes y dónde. Decimos, finalmente, que creamos ficciones, donde se producen, se crean, se representan, se perciben, se sienten, se piensan, se comunican, innumerables condiciones simbolizantes, metafóricas, expresivas. Escenas y acontecimientos, que ofrecen condiciones para que cada uno, con sus singulares posibilidades, pueda configurar su propio recorrido.