Entrevistas. Caminos a nuestros 60 años.
Berta Entrocassi es psicóloga y se desempeñó en nuestro hospital hasta el año 2009. En esta nota recuperamos su trayectoria profesional.
El hospital, entre luces y sombras
Berta Entrocassi nació en Santa Elena. Estudió y se recibió como psicóloga en Córdoba, en plena dictadura militar -aún guarda una foto junto a Ana Rossi (otra compañera jubilada de nuestro hospital) recibiendo juntas el diploma.
Con título en mano viajó a la ciudad de Buenos Aires donde fue alojada por una familia amiga. Tomó ese camino para formarse y comenzar sus primeros pasos profesionales, aún a costa de su seguridad y pese a que el contexto no acompañaba.
“La peor parte la pasé en Córdoba, en los últimos años de mi carrera. A partir del año 68 nos cerraron la facultad casi un año entero.”
En la capital del país se formó en el Instituto de Psicología Profunda, junto a referentes como Fernando Ulloa, Alfredo Moffat o Wilbur “Dicky” Grimsont. Hizo concurrencias en el Hospital Moyano y Borda -ambos psiquiátricos. Su análisis lo inició en esa misma época con Alfredo Grande.
“Todo lo que podía hacer lo aprovechaba. Comencé a trabajar con Fanny Baranchuk (psicóloga) que tenía una escuela para padres y educadores y después, me animé a comenzar en el consultorio”.
Luego de 10 años en Buenos Aires llegó a Paraná, acompañando al que fue su primer marido y quien había sido designado en un trabajo en la ciudad. Corría el año 1986 en la capital de la provincia, la democracia daba sus dificultosos primeros pasos. El hospital, por entonces, Antonio L. Roballos, transitaba uno de los años más inquietos en la historia de las direcciones institucionales. En ese mismo año habían estado a cargo de la gestión: Jaime Waissman, Mireya Montoya y Carlos Bayona -este último como comisionado desde el Ministerio de Salud.
Berta revisa cuadernos donde celosamente guarda entrevistas, notas, reuniones y hasta discusiones acaloradas. De aquellas páginas amarillentas se recupera su primer tiempo en el hospital. .
“Cuando llegué a Paraná, lo primero que hice fue ir al Roballos. Ahí comencé una especie de pasantía, cumpliendo 6 horas por semana”.
Lo inorgánico de su tránsito en la institución
Berta recuerda la primera suplencia que realizó. Tomó el cargo de Graciela Álvarez, quien estaba con licencia por maternidad y formaba parte del área de psicología. Este espacio, por entonces, no conformaba la orgánica hospitalaria -documento oficial que reconoce a cada sector, servicio, departamento, etc., con sus correspondientes jefaturas y que supone un presupuesto acorde a la estructura asignada.
“Mi historia en el hospital ha sido marcada por la inorganicidad”, recuerda Berta entre risas y cierto sabor amargo. En ese momento, el área de psicología estaba compuesta por ella, María del Carmen Gareis -en la jefatura- y María del Carmen Tibaldi. “Éramos pocas personas así que teníamos mucho trabajo”.
Entre sus primeros pasos en la institución Berta recuerda el trabajo hecho con las mujeres de sala. La “Tati” (Malvina Gómez) es la primera de esas personas nombradas.
“Trabajamos mucho con las chicas que estaban en terapia ocupacional: “Negrita” y Juana Ávalos. Conseguimos que este grupo de mujeres crónicas y estabilizadas de la sala, que no habían terminado la escuela primaria, recibieran su certificación de 6to. grado. Eran épocas en las que nadie miraba lo que hacías. Yo empecé a ir por la tarde a hacer consultorio externo, algo poco común por entonces. No era orgánica, en un lugar dónde no había orgánica y mi pecado, error o equivocación, fue no haber aprendido a transitar por este laberinto. Eso me lo enseñó un paciente que escuchó una fuerte discusión. La inorganicidad funcionó como una sombra más. Aún así lo extraño y si tuviera que volver lo haría. Yo estaba haciendo lo que a mí me gustaba. Mi formación en Córdoba había sido para la salud pública y estaba en el lugar en el que tenía que estar.”
Berta recuerda aquel 18 de marzo de 2009 en que la llamó Angelina “Tita” Acevedo para firmar su cese y jubilación. “Lloré todo el santo día”. La inclusión de Berta al hospital no fue fácil. Ella, con los años, esbozó algunas hipótesis vinculadas a no ser de Paraná o a la forma de su nombramiento. Lo cierto es que fue muy costosa la vinculación con sus compañeras.
“Sé y sostengo que tuve un síntoma de atrincheramiento. Por entonces teníamos un espacio de discusión con compañeros del equipo de psicología y se me exigía dar cuentas de mis funciones en el hospital de día. Eso, para mí, rompía todo encuadre y seguía siendo inorgánica. Recuerdo incluso, haber supervisado este tema con Juan Carlos Rogel. Aún así, aprendí mucho de los pacientes y de la vida con la gente. Y claro, tuve compañeros con los que tuve mucha más cercanía: Jorge Grinberg, Sergio Izza, Daniel Garnier, los compañeros de Estadísticas, Administración y Enfermería".
Las segundas oportunidades
Berta recuerda una serie de capacitaciones en las que participó representando al hospital y que le abrieron las puertas en el CUCAIER (Centro Único Coordinador de Ablaciones e Implantes de Entre Ríos). Durante un año trabajó en los inicios del organismo. Fue un tiempo para oxigenarse del hospital y para hacer nuevas relaciones. En 1994, con la llegada a la Dirección de Francisco Uranga Gallino, Berta vuelve al hospital.
“Lo que a mí más me atraía del hospital era la psicosis y los crónicos, sobre todo hombres. En mis primeros años yo todavía había visto boxes, con una pequeña mirilla, desde donde toda la mañana se escuchaban golpes en las puertas. Los hombres eran los que más iban a los boxes, por eso quería trabajar ahí. Así que, cuando volví, me instalé en esa sala, junto a Mari Trucco, María del Carmen Lacognata y Claudio Waissman. Comenzaron a venir residentes, pude darles clases. Fue toda una revolución y una segunda oportunidad para llegar al hospital”.
Las marcas de un trauma institucional
En 1991, cuando los sueldos se seguían pagando en la administración del hospital, en sobres dispuestos para cada persona trabajadora, la institución sufrió un asalto que se cobró la vida de un custodio.
“Fue horrible para todo el hospital. Nos marcó. Todos quedamos muy mal. Quienes más o quienes menos, no estábamos tan lejos de los 70/80´s”.
Esa mañana trágica, Berta entró a trabajar y, mientras se dirigía al departamento de Psicología -donde hoy funciona la oficina de arancelamiento- se encontró con una escena particular:
“Iba con mi portafolio y en eso, de uno de los baños salen dos tipos. Uno con una peluca rubia y nariz de payaso. Unas armas metalizadas que parecían de madera pintadas, como una escopeta recortada. En la puerta del acceso a la Administración estaba Tarnoski, un policía que mandaban cuando pagaban los sueldos. Cuando veo esa situación me doy vuelta y en eso, el custodia le dice al que había salido del baño: ¿Qué hace ud acá? Y la persona disfrazada le contesta diciéndole: ¡Vengo a reventarte! Ahí se escuchó el primer estallido. Yo veo toda esa escena. Alcancé a asomar por la puerta camino a la administración. Vi el desmayo del Sr. Gonzales que ordenaba los sobres con el dinero y tenía su mate en la mano, vi al agresor de espaldas y a Tarnoski que se arrastró por el suelo -después nos enteramos que ese día él solo hacía un reemplazo. Salí corriendo para el lado de Estadísticas y me encerré ahí pidiendo que no lleguen los pacientes. Desde la ventana le dije a Dani Camiolo, que venía entrando al hospital, que corra a las salas para impedir que lleguen los pacientes. Todavía hoy lo veo… Se escucharon más tiros que iban tirando al aire una vez que ya habían agarrado la plata y mientras se cruzaban con el ingreso de pacientes para los consultorios externos”.
Berta recuerda que la llevaron a declarar a todas las personas trabajadoras que habían visto algo de esa situación en una oficina de Investigaciones. Además, se hizo una rueda de reconocimiento de presos en la cárcel.
“Nos mostraron fotos, nos preguntaron de qué nos acordábamos. Al mes, nos volvieron a llamar para una ronda de presos donde a mí no me dejaron pasar, aludiendo que no era necesario. Algo extraño teniendo en cuenta que había visto toda la situación. Hay algo que no me puedo olvidar de ese hombre que vi, y es la mano derecha,donde llevaba el arma que disparó”.
Visita misteriosa
Poco después del asalto al hospital, Berta estaba en su consultorio, en calle Andrés Pasos y La Rioja. Atendía algo tarde, ya la secretaria no estaba y tocaron el timbre. Era una persona que solo quería saber si trabajaba ahí. Una visita misteriosa”.
Gestiones institucionales
Sergio Izza, médico psiquiatra, fue director del hospital desde 1988 a 1991. Alicia Alzugaray, trabajadora social, fue la segunda mujer directora del hospital y la primera no médica.
“Alicia venía de ser jefa del departamento de Servicio Social. Fue todo un logro que la salud mental abriera horizontes a otras ciencias, sobre todo las sociales. Para mí la gestión de Sergio Izza fue productiva, me sentí muy bien. Fueron tiempos lindos. Estuve más cercana al hospital. Algo similar me pasó con la gestión de Alicia, fue como una continuidad de los tiempos de Izza”.
Ernesto Garabaglia, médico reumatólogo, fue director desde 1996 al 2000. Por ese entonces, el departamento de psicología estaba más nutrido. Berta ya tenía nuevas y jóvenes compañeras: Claudia Campins, Andrea Flory, Marcela Barbagelata y Adalgisa Toplikar.
“Esta gestión fue otra historia. Un desastre para el hospital. Fue muy discutido. El director no tenía nada que ver con la salud mental. Tuvo una gestión muy verticalista. Conformó equipo con otro médico y armaron una dupla bravísima. Era la época de las disposiciones para todos lados. Se disponía todo el tiempo y fue en ese contexto donde me designan para recrear el Hospital de Día. Fue una gestión super resistida.
Los primeros pasos del Hospital de Día. Del “brete” a abrir “caminos”.
“Siguiendo el camino de las metáforas, había que salir del “ “Brete” para iniciar nuevos caminos”.
Este dispositivo intermedio entre la internación y la externación, ya había sido creado por los residentes en 1993 -durante la gestión de Jorge Grimberg- y lo habían nominado “El Brete”, en alusión a la zona en la que se encuentra emplazado el hospital. Para Berta, algo de aquel primer nombre marcó su destino: “toda una metáfora que resolver”.
Con la gestión de Garabaglia, Berta fue designada para recrear el dispositivo. Ella aún guarda la disposición por la que fue nombrada: N°61 del 11/04/1997: “Yo me había entusiasmado muchísimo con ese proyecto, aunque me acusaron por obedecer”.
“Lo primero que hice fue ponerme en contacto con la experiencia del hospital de día de Córdoba. Además, con la gente del hospital Álvarez (Buenos Aires), que en ese momento tenía una linda experiencia de comunidad terapéutica. Lia Ricon -quien conformaba ese equipo- había publicado un libro que nombró “Caminos”. También allí me encontré con el Dr. Caminos, que había conocido el Roballos en la época de la comunidad terapéutica. Karina Odelli tuvo un papel importante ya que venía de Córdoba con experiencia y participación en un hospital de día de allí. Aportó suficiente material que entre ambas revisamos y estudiamos muy minuciosamente”.
Berta ubica que, pese al corrimiento de los residentes de la gestión del dispositivo, ella no tuvo problemas con ellos puesto a que tenía una buena relación. Había sido su docente y venían trabajando juntos en sala. “Estuve casi dos años a cargo del Hospital de Día”.
“Armé equipo con Claudia Campis, Gabriela Perottino, Carlos Acevedo, Juana Ávalos, Adriana Montini, Karina Odelli, Andrea Flory. Pedimos un enfermero para que pudiera estar atento a los signos vitales -ya que los pacientes iban a desayunar y permanecían toda la mañana en el hospital. Así pasó Guillermo Albornoz, Daniel Garnier,”Margarita” También estuvo Oscar Dobry como médico, después de Pablo Ferraro que estuvo a cargo de la coordinación un corto tiempo conmigo”.
Entre las actividades y espacios que sostenía aquel Hospital de Día, Berta recuerda el momento del desayuno, los espacios de terapia grupal, los talleres de plástica, música, manualidades -donde participaba Don Toledo, el carpintero del hospital- y literatura, donde Mirian Rosa Aloy colaboró sin cobrar ninguna remuneración y del que guarda un texto encuadrado escrito por Daniel Flores.
¿Por qué el nombre de “Caminos”?
“Era un desafío salir de aquel “Brete” y sonaba a apertura, a salida a otro espacio, al encuentro con el otro. No era limitante de nada, era abierto hacia poder ocupar otros espacios. Nuevos caminos. También llevaba otra justificación que me la guardaba para el ejercer en el adentro del dispositivo. Significaba un cambio de paradigma desde aquella ruptura epistemológica freudiana. Nos señalaba que las herramientas y estrategias empleadas para el tratamiento de este sufrimiento psíquico que, como característica,además de otros síntomas, tiene la dificultad de simbolizar, era necesario entonces reemplazar “palabras” e incluir otros instrumentos, otros callejones, otros caminos para poder llegar al inconsciente, serviría para aliviar el sufrimiento y, sobre todo, para nuestro propio saber, para nuestro propio resultado en la investigación, para tranquilidad de nuestra propia curiosidad y nuestro empeño por la búsqueda constante de la reparación. También, el nombre tendría otro carácter, venido de la misteriosa expresión Junguiana: “sincronía”. Había aparecido muchas veces la palabra “caminos”. Mi formación con Lía Ricon y su libro y el Dr. Caminos.. ¡ya todo cerraba!”
Una Bisagra
Berta fue una de las primeras talleristas de La Bisagra, la radio abierta y andariega del hospital. Cuando le preguntamos por lo que significó ese espacio en el cierre de su tránsito por el hospital Berta nos cuenta:
“Fue una de las cosas más lindas que me pasó. Fue un aire fresco. Con La Bisagra yo llegué a la meta de lo que hubiese querido hacer siempre.”
Berta recuerda además, con la inclusión de la perspectiva comunicacional al hospital, la propuesta de la Revistas atre(verse).
“Fue muy gratificante, aún tengo imágenes de imborrables encuentros en el aula magna, entre 2005 y 2006. La revista enriqueció de saberes y fue muy productiva. Es imposible no mencionar que todo esto fue durante la dirección de Alicia Alzugaray -y en la Dirección de Salud Mental, Sergio Izza. La producción quedó por escrito, para siempre, como deben quedar grabadas las palabras. La obra muy grande fue de Mauro Gieco y Laura Lavatelli. ¡Se vendía a $4! Sería muy bueno que se relea aquel cuadernillo con diversos saberes enriquecedores”